lunes, 14 de enero de 2013

Nueva Dimensión y la literatura popular: Dios de Dhrule



Torres Quesada, escritor y aficionado ubicado en la bella ciudad de Cádiz, es bien cono­cido entre los lectores especialmente por sus novelas de literatura popular, especialmente las que escribió con su seudónimo de A. Thorkent en «La conquista del espacio», colección que editaba Bruguera hallá por los años setenta. Muchas eran novelas de aventuras, con esquemas prefabricados y mundos maniqueos, escrituras sencillas y fluidas, muy apoyadas en el diálogo, que permitían a cualquiera disfrutarlas sin ninguna dificultad. Ahora bien, ¿por qué aparece una de estas obras, firmada por este autor, en la mítica revista Nueva Dimensión? ¿Acaso se pretendió vender gato por liebre? Se desvela de esta forma, desde luego, un curioso enigma digno de atención.
Efectivamente, en los números 122 y 123, de abril y mayo de 1980, aparece una extensa nove­la, dividida en dos partes, de la pluma de Torres Quesada, con el título de Dios de Dhrule. Para justificar la inclusión de esta obra entre las páginas de Nueva Dimensión, se cedió la voz al propio autor en el editorial del primero de ambos ejemplares. Precisamente la relevancia de este texto resi­de en la explicación, mediante un caso concreto, de las dificultades que los autores españoles de ciencia ficción de la época tenían para ver publicados sus escritos, una dificultad que se ha ido repi­tiendo en muchos momentos de la historia fictocientífica española.
Torres Quesada arguye cómo su novela, desde que terminó la redacción en 1976, fue siendo rechazada editorial tras editorial hasta que Domingo Santos, ya por entonces director de Nueva Dimensión, decidió incluirla en la revista. Como escritor de novelas populares, especialmente para Bruguera, primeramente probó suerte con esta editorial, y le respondieron que estaba bien, pero no llegaba a la altura de Asimov o Clarke de la selección de «Libro Amigo», mientras que sí tenía un nivel superior a «La conquista del espacio». Entonces surgen los inconvenientes, Dios de Dhrule quedaba en un tierra de nadie que la hizo pulular de mesa en mesa de editores hasta la aceptación de Santos, cuatro años más tarde de haber sido terminada, y sin recibir su autor ninguna compensación económica por su labor.
Aún así, Torres Quesada aprovecha la palestra para quejarse de que Nueva Dimensión no le hubiera pagado nada por su obra. Es fácil entender sus quejas por el hecho de que una revista pro­fesional no le remunerara su trabajo, mientras que por novelas de menor calidad que habían sido publicadas en colecciones populares sí había obtenido ganancias económicas. Por su parte, Nueva Dimensión se defiende al advertir que, dado su mengüe presupuesto, no le suele ser posible pagar a los colaboradores, pero que, de la misma forma, también nada es lo que tuvo que pagar Ángel To­rres Quesada para ver su novela publicada en un revista profesional, de difusión nacional y algo internacional, que podía llevar al autor a una fama más merecida. Ese argumento sirve para entender qué política editorial tenían los responsables de la mítica revista de ciencia ficción española.
Como se ha comentado, los problemas que tuvo el autor para ver publicada su novela se de­bían a que la misma quedaba en tierra de nadie. Dios de Dhrule es una obra algo más cuidada que las novelas de bolsillo que su autor tanto practicaba, como da muestra la serie de “Orden Estelar” que apareció en la citada colección «La conquista del espacio». Por contra, no alcanza la seriedad, la profundidad y la reflexión de los autores de la Edad Dorada -y menos la calidad literarias de los escritores anglosajones de los años sesenta- que ocupaban las colecciones principales de ciencia ficción del momento en España, pues en realidad la novela de Torres Quesada no abandona muchos de los tópicos de los llamados bolsilibros.
Bien hay que reconocer que Dios de Dhrule empieza con fuerza. Una extraña entidad situada en un lugar indeterminado del cosmos despierta y reacciona ante la llegada de un objeto de metal, que resulta ser una nave cuya tripulación ha perecido, excepto un miembro que se encuentra en estado de éxtasis, aunque la cámara que lo contiene se deteriora. La entidad lo salva y recrea para él el hábitat que necesita. El hombre, Darío Siles, al despertar, explica a la entidad, a quien otorga el nombre de Eva, que formaba parte de una expedición que exploraba el universo, y ella señala cómo lo encontró y le salvó. Toda la primera parte del relato consiste en la relación entre el humano y la entidad electrónica que satisface todas las necesidades del hombre. Aún así, dicha posibilidad, que incurriría en la reacción del ser humano ante lo incognoscible e inaprehensible que sería una entidad con tintes divinos como es Eva, no aparece prácticamente reflejada en la novela. Más bien esa rela­ción mueve la obra hacia su verdadera intención: la aventura.
Eva, intuyendo las necesidades de Darío, le trae una mujer de un planeta cercano habitado por humanos. Dar se enfada y rechaza a la mujer, pues no quiere conseguir el amor de esa forma, y soli­cita a la máquina que les lleve al planeta. Con esta larga excusa, la historia deriva a la inclusión de aventuras al modo de Flash Gordon, con la llegada de Darío al misterioso planeta, que recibe el nombre de Dhrule. Se desarrolla en dicho espacio ficcional un tópico universo maniqueo donde un tirano, antítesis del héroe, llamado Logaroh, apoyado en una religión que él mismo ha creado, con­trola a la mayoría de la población por medio de la fe y de drogas de sumisión.
Sus opositores son un grupúsculo de resistentes que reciben el calificativo de “infieles”, a los cuales de por sí pertenecía la mujer, llamada Yaita-La. Incluso hay una explicación que justifique el papel activo que tiene la mujer en esta historia, basado en un modelo de heroína actual, participati­va, dominante, de personalidad definida, aunque, es obvio, se deja seducir por el héroe. Progresiva­mente la historia va siendo más arquetípica y los personajes se encasillan en los modelos típicos de la literatura popular, siempre tras la aventura. Hacia el final, con Darío al frente de los infieles, tra­zan un plan para terminar con Logaroh y devolver el orden que reinaba previamente a la aparición del opresor. Por último, en el epílogo se da a entender que la labor de Logaroh -y del compañero con el que llegó al planeta Dhrule- era hacer evolucionar a las criaturas nativas del planeta, y, por ende, lo único que queda en suspenso es la extrapolación de que otra esfera, como Eva, con otros tripulantes, están en la Tierra haciendo una labor similar. Esta cuestión será la que deje la puerta abierta a una posible continuación.
En este esquema resulta interesante el estudio de las similitudes y diferencias entre el protago­nista y su malvado alter ego. Ambos poseen la misma cualidad que los diferencia del resto de perso­najes, el poder de la resurrección, propiciado en cada caso por el Módulo que les ayuda, la entidad Eva para Darío y otra idéntica para Logaroh. La diferencia reside en que el héroe, como represen­tante del bien y de los valores establecidos, decide involucrarse en los acontecimientos de Dhrule de manera desinteresada, porque considera injusta la sociedad de ese planeta y siente que debe impo­ner sus principios e ideología, que son los del lector, para restaurar el orden en ese mundo. Por contra, Logaroh recibe constantemente atributos negativos, bien referentes a su mente enferma, estado de perturbación mental que le impide razonar juiciosamente, bien referentes a su asexuali­dad, que contrasta con la virilidad y masculinidad del héroe.
En cuestiones estilísticas, Torres Quesada incurre en los preceptos propios de novela popular. Se trata de un modelo discursivo tradicional, con el clásico narrador omnisciente. El orden de la narración es cronológico, coincidiendo los acontecimientos en su disposición en el discurso y en la fábula. Se observa una preponderancia por el diálogo para alargar la trama y una tendencia hacia la acción. Además, el autor peca de una falta de pulido en su redacción, que presenta algunas construc­ciones forzosas, o usos dialectales que rechinan con el resto de la redacción.
La diferencia que presenta respecto a las novelas populares aparece en la escritura, más fluida, dada la larga experiencia de Torres Quesada, y en la inclusión de una idea un poco más original y trabajada: el intento de verosimilitud de la resurrección y la larga justificación en la trama para presentar el planeta habitado por humanos, que propicia el extrañamiento espacial hacia un ámbito exótico y desconocido donde situar la aventura. También debe elogiarse la cualidad del autor para cerrar todos los entresijos de la trama, sin dejar cabos sueltos, con progresivas explicaciones de la voz narradora, aunque de dicha forma no se de espacio al lector para la interpretación, porque todo queda perfectamente aclarado en la historia.
El otro elemento que diferencia Dios de Dhrule respecto a otras novelas populares está en la presentación al lector de la información. Cuando Darío llega al planeta, la voz narradora se focaliza sobre el protagonista, y el conocimiento que el lector tiene sobre Dhrule viene determinada por la ignorancia de Darío. Según el protagonista vaya conociendo el mundo a través de lo que le cuentan otros personajes, como el joven Juess o el anciano Orlut, el lector también irá entendiendo cómo funciona el mundo ficcional de la novela. Una vez Darío se haya unido a los infieles y se trace el plan para terminar con Logaroh, la voz narradora también tendrá una focalización externa, es decir, sabe menos que los personajes. De esta forma no se relata el plan para acabar con el enemigo, y así el lector puede verse sorprendido y debe seguir leyendo para averiguar la treta que han planeado.
En general, observando las cartas de los lectores que se publicaron en los siguientes números de Nueva Dimensión en la sección de correspondencia, que se llamaba «Se Escribe», la acogida de la novela fue muy positiva, como se percibe en las epístolas de Carmelo Recalde Díez (ND 126: 180-181), de Buenaventura Ráez Esteban (ND 126: 184-185), y más concretamente la firmada conjuntamente por Peio Ejarela, Joxe Morate Ejaztañaga y Joseba Zizarralde (ND 135: 188). Ya en el momento se percibió su parentesco con las novelas populares, incluso algún aficionado señaló que su lectura le trajo recuerdos de «Luchadores del espacio», la emblemática colección que publicaba Valenciana en los años cincuenta. Eso sí, lo que se percibió en general es que el final de dios de Dhrule daba pié a una continuación. Gracias a este apoyo, Torres Quesada se lanzó a la escritura de una continuación a la que Santos dio luz verde un año después, también dividida en dos partes, Dios de Kerlhe, en los números 133 y 134.

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